"Aprovecha todas las oportunidades que te ofrece la vida porque, cuando pasan, tardan mucho en volver" P. Coelho

miércoles, 7 de abril de 2010

Hasta siempre, Nicaragüita.

Hoy me aconsejaron seguir escribiendo en el blog. Supongo que el volver está siendo más duro de lo pensado y las palabras parecen salir sin fuerzas, no porque no quieran contarse a sí mismas sino porque les cuesta, también están dolidas por dejar Nicaragua, de ahí que no hayan pisado este espacio desde la vuelta. Y es que, el regreso a España ha sido complicado, jodido, aunque con el paso de los días parece que las cosas vuelven a su cauce. Dicen que la distancia y el tiempo empiezan a curarlo todo.
Echando la vista atrás siento melancolía y, en ocasiones, tristeza. Ya lo hablaba yo antes de esta marcha, en el camino que nos alejaba de la finca la Magdalena, en la isla de Ometepe, y cuando aún nos quedaba una semana por disfrutar de la aventura. Sí, ya por entonces yo me sentía apática porque pensaba en la vuelta, en el regreso, en dejar aquello. La idea reconcomía y dolía. Supongo que los cambios bruscos no me gustan ni soy valiente para soportarlos, pero llegaron y me despertaron de ese sueño mágico en el que estaba y del que no quería salir. (¿Qué me has dado para quererte tanto, mundo Nica?)
Allá dejo toda una experiencia personal, grata, satisfactoria, reconfortante y que me emociona. Allá dejo amigos, conversaciones, momentos, abrazos y risas. Dejo paisajes, caras, cielos y lunas. Dejo ciudades, pueblos, lagos y volcanes. La carretera, que tanto me apasionó cuando viajé con Rigo y Paco en el 4X4, el centro de Ticuantepe, las niñas, Victoriano, Isabel, Patricia, el gallo pinto, el plátano frito, el flor de caña…
Ahora, ya en mi mundo, en la “vida real”, todo a mi alrededor viaja según me distan las señales de Nicaragua. Y es que parece que entre la tierra nica y yo ha surgido un vínculo mágico del que, por ahora, me es difícil separarme, ni tampoco quiero hacerlo. Todo me recuerda a lo vivido allí, a lo sentido: un libro, una canción, una frase, un niño en un parque… Supongo que por ello me siento enérgica para continuar en esta “lucha” por conseguir otro mundo mejor. La experiencia me ha valido para percibir las entrañas de un país empobrecido que necesita muchos tirones para salir adelante y prosperar, porque recursos tiene de sobra, lo que necesita es que los sepan manejar.
Por ello, lucharé por mi proyecto individual y por la idea del pueblo de la cooperación en Extremadura ya que Nicaragua y mi experiencia allí se lo merecen. Esto del pueblo, que nunca antes lo había explicado, es lo que será nuestro proyecto conjunto, el del grupo de voluntarios que hemos estado en el país centroamericano y que, como yo, han sentido pasión y devoción por todo lo que nos ha envuelto allá. En concreto, la idea es organizar y enlazar todos los productos individuales (relacionados con la educación, el medio ambiente, la mujer, los valores, los medios de comunicación, la artesanía, la juventud…) de tal manera que puedan formar una especie de “feria itinerante” con la idea de llevarlas a distintos pueblos de la región para enseñarlas y así concienciar y educar. Y es que el fin último que persigue este programa (como ya dije en alguna ocasión) es ese mismo, el de sensibilizar al resto de extremeños en que son necesarios cambios, tanto de mentalidad como de formas de actuar, para lograr ayudas y mejoras en pueblos y ciudades donde aún hay necesidades. En definitiva, queremos trabajar desde la raíz, desde abajo, para aspirar a ser un poco mejores y creo que se conseguirá porque somos jóvenes soñadores y porque “luchar por lo imposible consigue lo posible”, como nos ha enseñado nuestro pequeño gran duende Juan Carrillo.
Supongo que esto es una despedida puesto que el proyecto ha llegado a su recta final y ya no hay muchas motivaciones para seguir llenando este espacio de letras que alaben a mi linda Nicaragüita. Pero aún así, y teniendo en cuenta que odio los adioses, os estrecho mi mano, os achucho en un abrazo y os digo “hasta siempre”, tanto a mis seguidores, amigos, compañeros, familiares y a mi grupo, con el que me he sentido genial todo este tiempo y con el que espero seguir prosperando en este grato mundo de la cooperación y el voluntariado.
Que los caminos nos encuentren y compartamos pareceres, lugares y momentos. Disfruten en el caminar, en su vuelo, y recuerden… ¡no desistan de su sueño, tan sólo sigan las señales! Les quiero Gansinos.


"Soy una abierta ventana que escucha
por donde va tenebrosa la vida
pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida"


lunes, 22 de marzo de 2010

Mercado Roberto Huembes


El mercado Roberto Huembes de Managua (llamado así por uno de los caídos durante la revolución sandinista en el país) me recuerda a los zocos árabes. Los puestos se apelmazan unos con otros y a veces no puedes definir dónde se unen ni dónde acaban. El mercado ofrece de todo: artículos de artesanía, ropa, cosméticos, verduras y frutas de todo tipo y de todos los tamaños, puestos de piñatas de miles de colores, sección de carne, restaurantes, puestos de especies y hierbas naturales…
Además, en algún que otro rincón hay alguien gritando a los cuatro vientos la palabra de dios (en minúsculas, por supuesto). Esta gente, que parece sacada de sus órbitas, son evangelistas e imagino que su función es la de predicar para ganar adeptos. No sé si la atención de los curiosos era la apropiada, pero la mía se fue a estas palabras y a las que emitían los transistores que había en algunos de los puestos por donde pasamos. De todos ellos salían voces masculinas que susurraban sobre algún dios y la importancia del mismo en las vidas de las personas y todas ellas me contagiaron miedo más que entusiasmo por lo que decían. El ímpetu que desprendían era importante y supongo que eso de alabarlo en todas partes y de mostrarlo en casi todas sus conversaciones es uno de los principales problemas de estos países, ya que la religión nunca te puede llevar a buen puerto.

Pero hablemos del mercado: un curioso lugar no apto para escrupulosos ni personas con mucho olfato debido a la mezcla de olores e imágenes que pueden dañar la retina. Todo ello, junto, se mezcla en las entrañas de esta gigante nave donde los puestos crean un espacio laberíntico. El calor es asfixiante y la luz muy escasa. El griterío, típico de un mercado, es constante y en algunas ocasiones se rompe al son de un “aguador” que ofrece bolsitas de agua. Los vendedores piden tu reclamo preguntándote siempre lo mismo, “¿qué está buscando?”, a lo que tú te ves obligado en contestar “nada, gracias, tan sólo estoy mirando”.

Uno de los mejores momentos en este mercado fue el rato que pasamos con Doña Marta, una mujer que vende hierbas medicinales y que se ofreció a explicarnos algunas de ellas mientras ingresaba córdobas en los bolsillos de su mandil. Y es que, la exposición de estas plantas y sus efectos será parte del proyecto de alguno del grupo. Así, mientras todos ganábamos (unos sabiduría, otros plata), nos hicimos hueco en su oscuro habitáculo (tan sólo iluminado por una vela debido a un corte de luz) del que sólo se veían plantas y más plantas colgadas de cualquier sitio. A pesar del calor que pasamos, lo recuerdo como un momento mágico, curioso y muy dulce, del cual ha quedado constancia en mi grabadora (herramienta que me ha acompañado en todo momento) con el fin de no perderlo en el olvido.
En definitiva, el mercado nos ofreció un día de compras y ocio donde, además de percibir la esencia del trajín comercial de la capital, nos hizo caer en la tentación y hacernos con algún recuerdo, ya que Nicaragua empezaba a despedirse de nosotros y había que hacerse con ella como sea. Y es que nos ha tocado hondo, sí, nos ha atrapado y por ello yo volveré.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Vayamos resumiendo




Siento que el tiempo no juega conmigo. Me falta mucho para escribir, poneros al día de todo lo que aquí está pasando, que no es poco, y situaros en el camino por donde deambulamos. Han pasado algunos días desde la última entrada y no sé por dónde empezar. A modo de pinceladas digo que el centro de Ticuantepe, donde estamos alojados, inauguró su segunda instalación, creada para alojar y servir de centro de formación sobre diversos temas de interés que ahora no tengo tiempo de explicar (maldito tiempo, siempre él). En ese acto, que fue el pasado viernes 12, vinieron personas de Extremadura responsables de lo que aquí se está haciendo y se va a hacer. También personas de Nicaragua, gente invitada, estudiantes, conocidos... Se reunió tanta gente que llegamos a ser como unas 300 personas con las que compartimos conferencias, bailes y almuerzo. Supongo que lo más interesante para nosotros fue la "fiestecilla" que aquí montamos delante de todo el percal citado. Algunas de las gansinas oficiales se vistieron con trajes tradicionales del país y nos deleitaron con sus mejores movimientos de cadera para el placer de los observadores. A todo esto, los de Canal Extremadura grabando a saco el jolgorio, a pesar de asegurarles que no siempre hemos vivido esto, que aquí se ha venido a trabajar y no tanto a despendolarse.




Tras el paréntesis de actos oficiales volvimos a "hacer la maleta" (en realidad no sacamos mucha ropa de ella ya que aquí las arrugas y las manchas ya valen) para dirigirnos a Ostional, un publito costero de San Juan del Sur situado al ladito de la frontera costariqueña donde nos esperaba toda la comunidad para convivir con ella cuatro días.


Los ostionalenses nos han acogido como a uno más después de alojarnos con las familias, por cada dos, y convivir con ellos casi las 24 horas del día. Cada una de estas familias forma parte de la Red de Turismo Rural Comunitario (muy habitual en este país) a través de la cual cada una de ellas se dedica a dar alojamiento, comidas, ser guía en determinadas rutas... Así, todas juntas se unen para sacar adelante a su comunidad con los recursos que tienen y pueden.

Mi familia nos daba alojamiento y comida (exquisita, por cierto). El señor Máximo ha tenido 10 hijos y algunos nietos guapísimos, de echo, de uno de ellos me enamoré. Alejandro, un niño de tres añitos que ha sido la cosa más guapa que he visto hasta ahora y que me lo pido para mi sobrina Paula (¡qué ganas de verla, a todo esto!).

Eliet, una chica de tan sólo 22 años y que estudia Comunicación Social (lo que en España viene siendo periodismo) ha sido nuestra guía y planificadora en todos los aspectos. Es la que maneja un poco el cotarro en la comunidad. Supongo que los jóvenes aquí tienen su participación puesto que tienen estudios y conocen las nuevas tecnologías para poder adaptarlas en su entorno. Aunque, a decir verdad, de eso es de lo que no se aprecia en Ostional. Así, hemos estado cuatro días completamente incomunicados de los familiares porque allí las redes aún no son vaibles. Lo que sí es accesible es el Pacífico. De nuevo nos encontramos con esta manta y masa de agua en unas playas prácticamente para nosotros donde la vía láctea, por la noche, casi se podía tocar. Otro de los regalos que me ha dado este lugar ha sido poder ver a una tortuga marina gigante durante el desove, o lo que es lo mismo, durante la puesta de sus huevo. Lo malo de esto es que ante este espectáculo de la naturaleza aparece el hombre, cómo no, para fastidiar el ciclo de la vida y así, mucha gente los roba porque se pagan bien y son un manjar en algunos restaurantes. Según nos decían algunos de los "contrabandistas" con los que pudimos hablar mientras nos flipábamos con la tortuga es que este es el sustento económico de muchas familias, es su forma de vida.

Para evitar estos actos en la zona está actuando la ONG "Paso Pacífico", cuyo trabajo es la de vigilancia exhaustiva horas de las playas donde las tortugas desovan durante las 24 horas del día, aunque creo que sus acciones no son completas tras la entrevista que tuve con Ervin, un chico que trabaja doce horas al día vigilando y cuidando estos
impresionantes animales de los que se siente fascinado.

El pueblo también nos brindó conversaciones con sus ciudadanos y hasta una "fiesta cultural" donde conocimos su música y algunas bebidas raras como el tibio, hecho de maíz y cacao y que sabe a chocolote. Creo que aún recuerdo ese sabor después de algunos días. Supongo que me lo llevaré grabado al igual que la hospitalidad dada y el echo de sentirme como parte de ese pueblo gracias a la personalidad de sus gentes. Se puede decir que fui una ostionalense más.

Ahora, viendo todo esto en la distancia de sólo un día (aunque debido a la cantidad de vivencias parece que ya ha pasado una semana) me da pena y tristeza el saber y sentir que esto no volverá a repetirse. Eso que he experimentado ya ha pasado y he vuelto a no darme cuenta. El reloj va en otra dirección a la que quiero ir yo y aún no he podido combatirlo. Por ello, creo que me siento como si me faltasen meses, muchos, para poder exprimir al cien por cien este país.
Sí, la vuelta a España está aquí mismo, de echo ya hemos empezado a empaquetar maletas y organizar habitaciones puesto que mañana será un día largo en el que no tendremos tiempo de casi nada. Además, nos iremos de empalmada a Costa Rica puesto que haremos un cena y fiesta de despedida (creo que hasta vamos a ir a una discoteca nica, ¡yujuuuuu!). Hay ganas del despendole, de descargar energía y alegría, penas y llantos, pero aún no tengo ganas de marcharme. Creo que ese momento aún no es para mí.
Supongo que no me quiero encontrar con la realidad, mi realidad en España. Aún no estoy preparada para afrontarla y dejar esto así sin más. Supongo que aquí estoy demasiado a gusto como para pensar en rutinas de la vida diaria. Por eso... que el tiempo se detenga, por favor, que alguien me lo conceda.

viernes, 12 de marzo de 2010

Ritmos tradicionales

Vistas desde lo alto de la Laguna de Apoyo, en la provincia de Granada, Masaya y Los Pueblos Blancos. A lo lejos se ve el volcán Mombacho y de cerca el grupo rodeado de músicos tradicionales que tocan la guitarra y la marimba al son de... Nicaragua, Nicaragüita...

jueves, 11 de marzo de 2010

Conflicto cuerpo-mente en el Maderas


(Miércoles 10 marzo)

Hoy subimos al volcán Maderas, el segundo más alto de esta isla encantada en la que estamos alojados. A pesar de que Juan nos avisa de lo sufrido que es tanto la subida como la bajada, nosotros nos atrevemos con todo y dejamos que la exageración no nos impida la marcha. Pero claro, la montaña es bien alta y pronto empezamos a fatigarnos. Lo más sorprendente es la cantidad de sudor que empezamos a echar. Yo lo flipo, es como si me deshidratase por segundos, aunque me cuentan que es el calor tropical el que te hace sentirte como agua. El grupo anda sin prisa pero sin pausa.

Así, todos juntos vamos hacia adelante intentando esperar a los más rezagados. Siento de nuevo la fuerza de la gente, la unión, la ayuda y la cooperación. Eso de lo que aprendimos tanto al principio y de lo que algunos empiezan a no sentirlo. Pero ha sido el Volcán, su dureza, el que nos ha devuelto la energía positiva, creo, aunque no todos han tenido esta perspectiva.
El camino puede dividirse en varias etapas, unas de subida intensa llenas de raízes, piedras y barros, y una de bajada con la que accedes a una súper laguna preciosa. Es lo que la naturaleza ha creado en la boca del volcán, en su interior, después, supongo, de miles de años de erupciones.
Ahora las piernas casi que no me responden, las rodillas me duelen, el cuerpo me tiembla. Han sido cuatro horas de subida y unas tres de bajada a tope. Lo bueno es que los guías, chicos jóvenes de Ometepe, suben y bajas cual cabra montesa y ¡¡sin mancharse!! puesto que la ruta estaba súper embarrada, sobre todo en la parte más alta, debido a la humedad.
La sensación ha sido muy positiva a pesar del esfuerzo y del cansancio, a pesar de ese confilcto interno entre el cuerpo y la mente mientras subes y bajas, a pesar los dolores intensos que te llegan por momentos. Pero las vistas desde lo alto y la energía que he sentido sobrepasan todos los males que hayan podido aparecer.
Ahora a relajarse con el volcán Conepción de fondo y con el atardecer a lo lejos. Otro día se va sin casi darnos cuenta. Esto es el principio del final.

La isla de Ometepe y sus volcanes

(Martes 9 de marzo)

Estamos en la isla de Ometepe, situada dentro del lago de Nicaragua (o Cocibolga) y muy atractiva por tener dos volcanes, el Concepción, activo, y el Maderas, no activo y al que subiremos mañana. Es la mayor isla del mundo en un lago de agua dulce.

Bueno, la llegada aquí, después de una semana estresante por miles de conferencias frenéticas y de pasar el fin de semana en Poneloya, en el Pacífico Central, ha sido muy deseada. Deseada para liberar ciertas tensiones generadas en los últimos días, deseada para cargar pilas, para trabajar sobre nuestros proyectos y productos, deseada por volver al contacto con la naturaleza, subir un pedazo de volcán de casi 1400 metros y de conseguir que la rivalidad cuerpo-mente no nos afecte en la subida de todo un día.
Antes de esto conocimos Granada. Creo que todas las Granadas son bonitas y encantadoras, llenas de color y magia capaz de encandilarte. Al menos eso fue lo que yo sentí en el poco tiempo que estuvimos (sí, el tiempo es más que frenético a veces). Pero aún así, pude saborear el ambiente y visualizar sus calles, sus casas coloniales, su catedral amarilla y sus plazas. Bonita para pasear y perderse puesto que Granada fue la primera ciudad colonial de Nicaragua. Me recordaba un poco a Cuba y espero que cuando la visite (puesto que no conozco Cuba, jajajaja) me recuerde a la Granada nica.

El camino a Ometepe es largo ya que empleamos todo un día, a pesar de que las distancias en los mapas no las señalan como tales. Lo más bonito fue cruzar el Cocibolga en un barco que se movía más que una corriente marina. Y es que, a pesar de que es un lago, hay oleaje y el viento sopla feroz. El volcán nos saluda a lo lejos y en cuanto nos vamos acercando nos recibe con un escupitajo de cenizas que parecía más bien un desprendimiento de tierra. A pesar de la cara de asombros de algunos, nuestras ganas por perdernos en Ometepe se agrandan y se endurecen más.


Después de un movidito paseo de tres cuartos de hora, aproximadamente, hasta llegar al hospedaje de estos días (os recuerdos que aquí no hay carreteras sino caminos pedregosos y polvorientos incluido en zonas urbanas), pasamos por pueblitos chicos donde hay movimiento y mucha gente en la calle. También guiris, como nosotros, puesto que esta isla es bastante aclamada por los viajeros mochileros, supongo que por su atractivo natural.
La Magdalena, el lugar donde dormiremos estos cuatro días es fascinante. ¡Me encanta! Un lugar súper hipi, lleno de hamacas, rastafaris, artesanos, naturaleza, y sonidos que vienen de fuera. Uno de ellos proviene de monos y es bastante desagradable y terrorífico. Parece como si te fuesen a comer de un momento a otro. El grupo esta noche dormirá todo junto, en un mismo cuarto gigante y en unas camas muy raras pero no incómodas. Así es que nos hacemos con las mosquiteras atándolas donde uno mejor pueda y listo, a disfrutar de esta nueva experiencia perdidos del mundo terrenal y sumergidos en un ambiente diferente y muy enriquecedor.


Resulta que de este hospedaje viven varias familias: una se dedica a la cocina, otra a la limpieza, otro a los alimentos... Es una forma de cooperativa muy original donde todos colaboran con todos y todos ganan. No está vinculado a ningún gobierno sino que son ellos mismos los que han sacado y sacan a delante este lugar. Es una idea interesante y muy diferente a lo que tenemos acostumbrados a ver.
A partir de este momento nos acompaña de nuevo la tele. Sí, sí, el mismo equipo que estuvo con nosotros en el Jerte, de Canal Extremadura, y el que ya casi es uno de nosotros. El objetivo de su trabajo es hacer un documental sobre este proyecto que se emitirá por Canal, creo que en mayo, con el objetivo de que os llegue de manera mucho más entretenida, amena y visual, todo o casi todo lo que estamos tratando aquí y que os conciencies también desde allí de las necesidades que hay en Nicaragua y de lo mucho que queda por hacer.


Mientras tanto, y a la espera de nuevos acontecimientos en este paisaje selvático, me despido hasta nuevo aviso, que no sé cuándo será porque en este país la red no llega a todos lados.

Rugidos del Pacífico central


Acabamos de llegar a Poneloya, un lugar del Pacífico central que nos ha regalado uno de los mejores atardeceres que yo recuerde. El mar nos ha recibido con tanta euforia y fuerza que ni siquiera me he atrevido a saludarle metiéndome en sus entrañas, he preferido mirarle desde fuera, a modo de tímido y respetuoso encuentro. Espero abrazarle mañana con fuerzas, con tantas como rugen sus olas, que se oyen a la distancia, desde la cabañita donde nos alojamos, acompañados de música española, hamacas y refrescos. Mientras caminábamos por la orilla, en menos de tres segundos el sol ha desaparecido dejándonos un manto de colores en el cielo donde el naranja predominaba como el rey. Poco a poco, las estrellas iban apareciendo mientras nosotros nos encandilábamos más y más por la maravilla que nos da este medio natural que tenemos. ¡Sí, la vida hoy es maravillosa!

Las fotos han empezado a rular cual adolescentes enamorados: de frente, de perfil, con la ola, saltando, con los brazos al aire, saludando al sol, riendo, emocionados... Todos los movimientos lo merecían para guardarlos en el recuerdo de la cámara. Así, alguien ha dicho de parar los relojes porque el momento lo merecía. Y es que creo que queremos quedarnos en Poneloya para siempre.

Antes de esto, hemos visitado León ya que los fines de semana los dedicamos a movernos por el país para comprobar realmente lo que nos dicen en las miles de conferencias que tenemos diariamente. Así que, por fin saboreamos el aroma de una ciudad nicaragüense desde las alturas, puesto que la catedral la hemos visto desde lo alto, con la cadena de volcanes que "protegen" y amenazan la ciudad, puesto que algunos están activos y durante el huracán Mich hubo algún que otro susto.
Las vistas eran increíbles y el movimiento de la ciudad también, típico de una ciudad pequeña de este país, con edificaciones pequeñas para gente pequeña, sin pisos altos ni grandiosos arquitectónicamente hablando. Su mercado, abierto todos los días, era también un espectáculo de ruidos y olores. Estaba lleno de productos alimenticios: verduras, hortalizas, postres, sopas que sirven en bolsa (que no sé cómo se las comen, la verdad), platos súper raros... Y en casi todos los puestos mujeres que te aclaman con un "en qué puedo servirle" para que te acerques a su puesto. En una de las calles me compro un CD de Perro Zompopo, un grupo de rock nica que me han recomendado, aunque aquí el rock es romanticón y poco reivindicativo
.

Para finalizar, nombraros los manglares del Pacífico, un lugar sorprendente y fascinante donde la vegetación y la fauna se mezcla con el agua de tal manera que crean otro mundo. Desde allí sólo se oye el ruido que va dejando la lancha y el canto de algunos pájaros, no hay más.
Y desde allí sólo se accede a unas playas desiertas de humanos donde la única edificación es un porche de madera vieja. Hay miles de conchas de diferentes maneras, colores y tamaños, así que nos ponemos a buscar la forma imposible para llevarnos el recuerdo de este lugar único. Y así, con e rugido de las olas de fondo, os dejo... pero sólo por el momento.