
Acabamos de llegar a Poneloya, un lugar del Pacífico central que nos ha regalado uno de los mejores atardeceres que yo recuerde. El mar nos ha recibido con tanta euforia y fuerza que ni siquiera me he atrevido a saludarle metiéndome en sus entrañas, he preferido mirarle desde fuera, a modo de tímido y respetuoso encuentro. Espero abrazarle mañana con fuerzas, con tantas como rugen sus olas, que se oyen a la distancia, desde la cabañita donde nos alojamos, acompañados de música española, hamacas y refrescos. Mientras caminábamos por la orilla, en menos de tres segundos el sol ha desaparecido dejándonos un manto de colores en el cielo donde el naranja predominaba como el rey. Poco a poco, las estrellas iban apareciendo mientras nosotros nos encandilábamos más y más por la maravilla que nos da este medio natural que tenemos. ¡Sí, la vida hoy es maravillosa!

Las vistas eran increíbles y el movimiento de la ciudad también, típico de una ciudad pequeña de este país, con edificaciones pequeñas para gente pequeña, sin pisos altos ni grandiosos arquitectónicamente hablando. Su mercado, abierto todos los días, era también un espectáculo de ruidos y olores.
Estaba lleno de productos alimenticios: verduras, hortalizas, postres, sopas que sirven en bolsa (que no sé cómo se las comen, la verdad), platos súper raros... Y en casi todos los puestos mujeres que te aclaman con un "en qué puedo servirle" para que te acerques a su puesto. En una de las calles me compro un CD de Perro Zompopo, un grupo de rock nica que me han recomendado, aunque aquí el rock es romanticón y poco reivindicativo.
Para finalizar, nombraros los manglares del Pacífico, un lugar sorprendente y fascinante donde la vegetación y la fauna se mezcla con el agua de tal manera que crean otro mundo. Desde allí sólo se oye el ruido que va dejando la lancha y el canto de algunos pájaros, no hay más.
Y desde allí sólo se accede a unas playas desiertas de humanos donde la única edificación es un porche de madera vieja. Hay miles de conchas de diferentes maneras, colores y tamaños, así que nos ponemos a buscar la forma imposible para llevarnos el recuerdo de este lugar único. Y así, con e rugido de las olas de fondo, os dejo... pero sólo por el momento.

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