

Estoy agotada. Me pongo a escribir esperando que las palabras fluyan solas aunque mi cabeza está pensando más en descansar que en otra cosa. He sido la segunda en caer con gastroenteritis y hoy estoy muerta, agotada y con escalofríos que me han impedido disfrutar al cien por cien de Venecia y de sus ciudadanos. Aún así, no puedo ni quiero quejarme porque la jornada de hoy me ha enseñado que hay que ser fuerte y capaz de afrontar las situaciones tal cual vengan. He descubierto que la gente veneciana es potente, comprometida, responsable y muy muy amigable.
El día se despertó nublado y con frío. Estamos en lo alto de una colina, en el hotel del pueblo (que nosotros pensábamos que era un albergue, todo hay que decirlo) y hoy por fin vimos por primera vez a Venecia, puesto que ayer llegamos de noche y no apreciamos nada. El pueblo es pequeño y muy humilde, aunque dentro de cada una de esas casas vive gente grande y con mucha hospitalidad. Esto lo hemos descubirto durante la actividad de hoy, que era pasar el tiempo con los venecianos, cada uno con aquellos que más le pudieran interesar, o bien para su proyecto, o bien por asuntos personales. Así, yo y algunos otros extremeñitos nos hemos con Tomás y Ramiro, dos jóvenes de 23 y 22 años, respectivamente, que nos han mostrado los cafetales (plantas de café), un mirador que está en la finca de Tomás, y a algunos artesanos que trabajan la madera en el pueblo.


Aunque pueda parecer una historia muy parecida a la de nuestros abuelos españoles, ésta me ha llegado profundamente, no sé si porque hoy yo estoy especialmente sensible o porque Delfina ha sabido ponernos en su papel con su timidez y ternura. Sus manos delatan el trabajo de su vida y el sufrimiento, ya que a pesar de sólo tener 67 años, parecían tener dos siglos de vida y de historia. El consejo para los suyos ha sido siempre el de "luchar y ser buenos en la vida para ser mejores personas" y yo me quedo con eso.
Por otro lado, el compromiso de los jóvenes de la zona ha sido otro de los aspectos que más me han llegado. Tomás, de 22 años, trabaja en la producción de café, maíz, grano... mientras se saca la carrera de Ciencias Ambientales para la que necesita más de tres horas en ir y venir porque está lejos de su pueblo. Con su novia, a la que sólo ve uno o, a lo sumo, dos días a la semana, no se comunica de ninguna manera puesto que en esta zona no hay cobertura ni teléfeno fijo. Esta relación en España sería impensable y no duraría mucho tiempo porque las cosas funcionan a otro ritmo y las necesidades son diferentes. Pero con todo, Tomás nos ha asegurado que "lo importante no es eso sino trabajar y sacar su carrera". Sus fuertes palabras dan envidia. Envidia por tener esa capacidad de sacrificio y compromiso con su familia y su tierra a la que no abandona porque "la ama".
Por último, tengo que señalar las sonrisas que todos los venecianos nos han mostrado desde el primer día. Todas sencillas y fuertes. Siempre ahí, bien puestecitas.
Por todo ello, desde aquí, y aunque ninguno lo sepa porque no lleguen a leer esto jamás, les doy las gracias por hacernos reflexionar (puesto que todos y cada uno de nosotros hemos disfrutado de este día y nos hemos emocionado en mayor o menor medida), por hacernos ver la vida de otra manera, por enseñarnos su día a día, sus pareceres, por sonreir en todo momento, por su hospitalidad y muestras de cariño, su facilidad para meternos en sus casas, hacernos sentir bien... Gracias amigos venecianos.

pd: texto escrito el viernes 26, tras pasar el día con los ciudadanos de Venecia.